Pensaba yo que al ser la profesión de librero una de las más santas, el libro de Françoise Frenkel con el título de “Una librería en Berlín” iba a tratar sobre la bondad de ese oficio y las virtudes de algún librero o librera. Pero no es el caso. Se trata de uno más de esos libros (y nunca serán bastantes) en los que se cuentan las peripecias y desgracias sufridas durante la Segunda Gran Guerra por una mujer (que había abierto una librería en Berlín) contadas por ella misma. Exiliada en Francia, se ve sometida como muchos miles de personas a toda clase de arbitrariedades impuestas por las autoridades alemanas o por las colaboradoras. La conocida secuencia que espera a los perseguidos es la detención, el confinamiento, la deportación y el fin. La continuada propaganda en los medios de comunicación controlados de una u otra forma por el ocupante (ya se sabe: di muchas veces una mentira y se convertirá en verdad) arrastra a parte de la población y, como siempre pasa, unos colaboran en la injusticia con entusiasmo y convencimiento y otros por puro oportunismo. A pesar de ser esta la situación general, la autora describe la ayuda generosa y desinteresada que le prestan algunas personas corriendo serio riesgo. Se percibe pues en el relato que una gran parte de la población de Francia se revela ante la situación o por lo menos se siente incómoda y, en la medida que puede, actúa contra la arbitrariedad y la injusticia que la ocupación impone.