“Burrero (sic) lo miró fríamente y se negó a estrechársela y una sonrisa de cartón piedra en el rostro, sin saber qué hacer y al final se retiró a un rincón el duque de Alburquerque y apenas intercambiaron palabras con su hija”
(Sic, así, tal cual, con sus incongruencias, misterios y discordancias aparecía el texto en el papelito alargado que me pasó Barco. Atando cabos, pronto se resolvería el caso: para empezar, él no era el verdadero duque).